Esta tarde, mientras almorzaba con mis compañeras de oficina, llegamos a un tema que en definitiva a mí y a todas nos movió el corazón. Se trata de uno de esos temas que a todas las mujeres, y creo que no solo a las mujeres, sino a todos en general, nos causa escozor. El abuso. Y cuando hablábamos de abuso, recordábamos esas historias que jamás pensamos ni quisiéramos escuchar. Historias que apenas salen a la luz pública, después de muchos años de estar ocultas, censuradas, por miedo, por terror. Y que ahora por la facilidad de la información, podemos acceder a este tipo de información.

¿Y por qué hablar de este tema solo después del revuelo que causó la campaña #MeToo? Por qué tenían que pasar tantos años para que nosotras, como mujeres, nos atreviéramos a hablar de este tema, que sin duda alguna nos hace sentir vulnerables. Somos una generación que en definitiva no quiere seguir escuchando estas historias, porque sencillamente nos oponemos al abuso, al maltrato, al silencio. Y nuevamente insto en por qué teníamos que esperar a que existieran el Internet, las redes sociales, y el género periodístico de opinión, para poder hablar acerca de este tema.

Desde la posición como mujer, hermana, hija y amiga, me ha salvado o protegido en muchas ocasiones de no acceder ni permitir ningún tipo de abuso. Pero esto no significa que no sea vulnerable al abuso, que no esté corriendo riesgo, mientras me subo al bus, o mientras espero un taxi para transportarme a mi trabajo o casa. O simplemente, mientras camino a un parque o compro un helado.

¡Lo admito! Muero del miedo de solo pensar que podría ser una de las tantas mujeres y hombres que han sido abusados una vez, o durante todas sus vidas. Y, en este caso, no ser víctima, no significa que no tenga miedo.